viernes, 13 de julio de 2012

Todos los días serían sábado

Entramos en aquella tienda situada a la derecha de un pequeño parque a la entrada de la ciudad. Sería la segunda o tercera vez que había estado allí, pero esta vez valió la pena. Cada cuadro era un mundo y cada uno me fascinaba a su manera. No pude aguantar y pregunté:
- ¿Por qué no se puede entrar en los cuadros?
- Porque si lo hicieras te perderías en alguno de ellos.
Y la verdad era que no me preocuparía hacerlo, perderme en alguna gran ciudad o en alguna casa de esas llenas de luz y pasillos que parecen estar alejadas de este mundo y escondidas en algún rincón del paraíso. O en los ojos azules de ese chico casi perfecto que parece haber encontrado aquello que un día dio por imposible. Tal vez en alguna pintura de esas encontrase mi hogar, el que no había encontrado aún. 
Me pasé el resto de la tarde escribiendo las vidas desconocidas de algunas personas al azar. Era entretenido imaginar que aquello era cierto y que aquél hombre del polo rosa era un super espía buscando un gran ladrón de joyas. O quizás aquél joven con el que había intercambiado varias miradas era un ejemplo a seguir, ya que ponía copas los fines de semana para ayudar a su madre viuda a pagar gastos y alimentar a su pequeña hermana. También estaba aquella chica morena a la que le había tocado heredar una gran fortuna tras la muerte de su tío noruego y que se había dado cuenta de que siendo rica no era feliz y que necesitaba a alguien a su lado que la amase de verdad. 


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